Diccionario panhispánico del español jurídico

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Alejandro Nieto y la burocracia española

por Sánchez Morón, Miguel

Artículo
ISSN: 1889-0016
Madrid Iustel 2023
Ver otros artículos del mismo número: 106-107

Para mí y sin duda para otros jóvenes administrativistas que iniciábamos nuestra andadura universitaria en los años inciertos de la transición a la democracia, Alejandro Nieto fue un referente intelectual de primer orden. Yo diría que el que más entre los discípulos de García de Enterría, nuestro maestro común.
Era aquella una época de cambios y de esperanzas, en la que aspirábamos a unirnos al concierto de las democracias europeas y a realizar todas las reformas institucionales precisas para ello y, en consecuencia, necesitábamos conocer las claves del funcionamiento de esas instituciones, propias y ajenas. Alejandro Nieto nos aportó algunas de ellas, en un ámbito particularmente importante, el de la Administración Pública y la burocracia. Todavía hoy sus estudios en la materia se leen (o se releen) con el mayor provecho y no han sido superados.
Más que en otros aspectos estrictamente jurídicos, sin perjuicio de ciertas aportaciones a problemas específicos, el Profesor Nieto había centrado su interés hasta entonces en estas cuestiones de naturaleza institucional. Él mismo lo confesaba al inicio de su monumental estudio sobre el pensamiento burocrático: “La preocupación inicial y constante del autor de estas páginas ha sido la Burocracia española”. Y para satisfacerla adoptó un enfoque histórico, que desde mi punto de vista es el necesario y esencial para comprender las instituciones públicas y sobre todo una tan compleja como es la Administración Pública. “La Administración –explicaba en uno de sus primeros libros sobre la materia– no es producto lógico, sino histórico”. Pero a continuación añadía un matiz importante: el conocimiento de la historia como método para entender el presente y afrontar las reformas oportunas. “La diferencia entre un historiador y un administrativista estriba, quizás, en que aquél estudia los fenómenos del pasado con cierto carácter abstracto, más preocupado de describirles que de encontrar el hilo directo que les une a nosotros; mientras que para un individuo formado en criterios jurídicos y constitucionales no tienen los fenómenos del pasado un valor abstracto, sino que están inseparablemente unidos con los del presente” [...]


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Para mí y sin duda para otros jóvenes administrativistas que iniciábamos nuestra andadura universitaria en los años inciertos de la transición a la democracia, Alejandro Nieto fue un referente intelectual de primer orden. Yo diría que el que más entre los discípulos de García de Enterría, nuestro maestro común.
Era aquella una época de cambios y de esperanzas, en la que aspirábamos a unirnos al concierto de las democracias europeas y a realizar todas las reformas institucionales precisas para ello y, en consecuencia, necesitábamos conocer las claves del funcionamiento de esas instituciones, propias y ajenas. Alejandro Nieto nos aportó algunas de ellas, en un ámbito particularmente importante, el de la Administración Pública y la burocracia. Todavía hoy sus estudios en la materia se leen (o se releen) con el mayor provecho y no han sido superados.
Más que en otros aspectos estrictamente jurídicos, sin perjuicio de ciertas aportaciones a problemas específicos, el Profesor Nieto había centrado su interés hasta entonces en estas cuestiones de naturaleza institucional. Él mismo lo confesaba al inicio de su monumental estudio sobre el pensamiento burocrático: “La preocupación inicial y constante del autor de estas páginas ha sido la Burocracia española”. Y para satisfacerla adoptó un enfoque histórico, que desde mi punto de vista es el necesario y esencial para comprender las instituciones públicas y sobre todo una tan compleja como es la Administración Pública. “La Administración –explicaba en uno de sus primeros libros sobre la materia– no es producto lógico, sino histórico”. Pero a continuación añadía un matiz importante: el conocimiento de la historia como método para entender el presente y afrontar las reformas oportunas. “La diferencia entre un historiador y un administrativista estriba, quizás, en que aquél estudia los fenómenos del pasado con cierto carácter abstracto, más preocupado de describirles que de encontrar el hilo directo que les une a nosotros; mientras que para un individuo formado en criterios jurídicos y constitucionales no tienen los fenómenos del pasado un valor abstracto, sino que están inseparablemente unidos con los del presente” [...]


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