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Constitución viva
Escribo estas líneas para constatar y reivindicar la vitalidad de la Constitución de 1978 en su 45 aniversario. Lo hago convencido, no solo como una muestra de cortesía institucional con la propia celebración, y de quien cabría en todo caso esperarla por haberse guiado por aquella desde la Presidencia del gobierno. También por pertenecer a una generación que se formó políticamente a su amparo. Y por razones que tienen que ver con esa defensa de la vitalidad constitucional en un doble sentido: para destacar la eficacia jurídica de la Ley fundamental en estos tiempos de incertidumbre y agitación política; y para ligar, en aparente redundancia, la vitalidad de la Constitución con la conveniencia de interpretarla como una norma, en efecto, viva.
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Escribo estas líneas para constatar y reivindicar la vitalidad de la Constitución de 1978 en su 45 aniversario. Lo hago convencido, no solo como una muestra de cortesía institucional con la propia celebración, y de quien cabría en todo caso esperarla por haberse guiado por aquella desde la Presidencia del gobierno. También por pertenecer a una generación que se formó políticamente a su amparo. Y por razones que tienen que ver con esa defensa de la vitalidad constitucional en un doble sentido: para destacar la eficacia jurídica de la Ley fundamental en estos tiempos de incertidumbre y agitación política; y para ligar, en aparente redundancia, la vitalidad de la Constitución con la conveniencia de interpretarla como una norma, en efecto, viva.
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